México está de luto.

Decir que pasamos por una desgracia es poco. De verdad que no hay palabras de consuelo en estos momentos difíciles.

Ha pasado más de un mes desde que un terrible sismo golpeó con fuerza al sur y sureste mexicanos y casi un mes desde que en una macabra coincidencia, el 19 de septiembre, a 32 años de la tragedia del sismo de 1985, se replicara otro que tuvo consecuencias devastadoras en estados del centro del país y en nuestra querida Ciudad de México.

Creo que la incertidumbre, la confusión, el cansancio, la tristeza, todo; todo se agolpaba de pronto en nosotros.

Me encuentro también feliz y satisfecho por la manera en que, sobre todo, la sociedad civil se organizó, ayudó, puso manos a la obra en labores de ayuda, apoyo y rescate. 

Vivo en la colonia Roma, una de las zonas más golpeadas el 19 de septiembre y cerca de donde, por desgracia y lo digo con una terrible pena, varios edificios colapsaron o sufrieron afectaciones graves, donde gente perdió sus casas, donde hubo víctimas mortales. De nuevo, la Roma. De nuevo, la Condesa.

La Roma, La Condesa tras los sismos.

Muchos años después del sismo “del 85”, estas dos colonias y zonas aledañas (la Juárez, el Centro Histórico, etc.) a estas colonias empezaron lentamente a levantarse de su letargo y a irse ganando el aprecio y simpatía de los capitalinos que las volvieron las zonas “trendy”, donde al final, se había vuelto un pleito de tiburones encontrar un sitio donde vivir a un precio medianamente decente, ya que la especulación inmobiliaria desbordada había convertido a la zona en un sitio inalcanzable para vivir en ocasiones, pero democratizado por sus restaurantes, tiendas, parques y negocios tradicionales.

A veces, dicha especulación se dio a costa de la triste destrucción del patrimonio edificado, y en algunas felices ocasiones, conviviendo con aquél de modo positivo.

Ambas, “la Roma” y “la Condesa”, tienes orígenes virreinales (la Roma, incluso, importantes antecedentes prehispánicos en lo que siempre fue “un pueblo aparte”, Romita). Como tal, la “colonia de la Condesa” (le seguirían la Hipódromo e Hipódromo Condesa) se fundó en 1902, próxima a Tacubaya, en lo que habían sido terrenos de los hacienda de los condes de Miravalle desde el siglo XVII (cuyo casco reformado corresponde a la hoy embajada rusa en la Av. José Vasconcelos).

Lo mismo la colonia Roma, que en el impulso progresista y urbanizador del porfiriato se independizó en 1903 como colonia contigua a la de la Condesa, ya con ese nombre, derivado quizá del hecho de que los cipreses que flanqueaban la antigua Calzada de la Piedad (hoy Av. Cuauhtémoc) recordaban a la Via Apia de Roma.

Como fuere, ambas colonias, vecinas, amigas y rivales han ido importantes protagonistas del devenir de la historia de la Ciudad de México. Su máximo desarrollo se dio en años anteriores a la Revolución Mexicana, y en años inmediatamente posteriores a la misma, cuando las construcciones ya no querían ser afrancesadas y se “geometrizaban” en formas déco o en labrados neobarrocos.

El llamado “corredor Roma-Condesa”, de ser una zona exclusivamente residencial, pasó a ser comercial en el siglo XX y de las cenizas, en 1985, se levantó, como decía para ser la zona donde florecieron expresiones culturales, artísticas y culinarias importantes.

¿Quién no ha ido al Parque España en sábado y admirado el Foro Lindbergh en el Parque México?

¿Quién no conoce Casa Lamm o la Casa Universitaria del Libro en la Roma?

¿Quién no ha probado un helado de “la Bella Italia” o un tamal de “La Flor de Lis”?

¿Quién no (¡¡quién no!!) ha comprado las suculentas bolitas de nuez en la Dulcería de Celaya?

¿Quién no está de acuerdo conmigo que la elíptica y arbolada Av. Amsterdam es de las más bonitas de México?

¿Quién no se ha detenido a admirar la iglesia de la Sagrada Familia, con sus vidrieras multicolor o la forma audaz del Edificio Basurto?

Y es que ya no podemos entender a la Ciudad sin nuestras queridas “Roma” y “Condesa”. Estas colonias seguirán siendo protagonistas en la historia de la Ciudad que se reescribe, que se reinventa, que renace de las cenizas como ave fénix, que ve cosas alegres y desgarradoras a la vez, constantemente.

Que estas líneas sirvan de pretexto para volver a caminar esta zona de todos entrañable, revalorarla, repensarla y revigorizarla. También para asumir un compromiso con nuestra historia, nuestro patrimonio, nuestra identidad, ¿y por qué no? Para mejorar sus áreas de oportunidad, respetar las leyes y vigilar que se cumplan, sobre todo en lo referente a construcciones, y así evitar más tragedias en la medida de lo posible, ya que esta seguirá siendo una zona sísmica activa por el resto de los tiempos.

Escucho y veo ya cómo esto poco a poco se regenera como un tejido. La resiliencia de la Ciudad, un organismo vivo, es impresionante. Tenemos que seguirle inyectando vida y no claudicar. ¡Ánimo México! ¡Gracias por haber vuelto a mostrar lo grande que eres!

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